La interpretación de Lara St. John fue monumental en los opuestos en su recital en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. El sonido sedoso y ligero caracterizó un concierto con momentos memorables.
La primera nota del recital de la violinista Lara St. John y el pianista Matt Herskowitz, aquella que dio inicio a la Sonatina en re menor, D. 384 de Schubert, advirtió -sin que en ese momento lo supiéramos- que la magia del concierto residiría en la asombrosa calidad de su sonido. Sutilmente y con una liviandad que acaricia, St. John fue construyendo un recital grandioso que hizo del concierto una ironía mágica. Sí, ironía porque la majestuosidad, la monumentalidad, la grandeza fueron resultado de un sonido sedoso que no abandonó la profundidad y la densidad y por el contrario se alejó de la robustez y el vigor que suelen asociarse a las interpretaciones fastuosas.